Me dan ganas de llorar. Quizá sea porque es lo único que se puede hacer desde el lugar en el que estoy, desde la silla en que está cada ser humano, solo, aislado, sintiendo lo mismo que yo. No estamos en una ciudad, o en un país, o en un medio deportivo en el cual unos pocos neuróticos lo manejan todo, estamos en un mundo que funciona así, y lo más triste es que esos neuróticos son nuestros hermanos, nuestros compañeros de especie y de vida, con el mismo cerebro y la misma sangre. Dinero, dinero, dinero. El alma de todos esos neuróticos, su sangre, sus sueños, su vida misma. No hay nada más ante sus ojos ni alguna otra cosa que busquen sus manos. Dinero. El dinero es como sus padres y sus hijos a la vez, como sus abuelos y sus nietos, como sus amigos y sus parejas, y harán todo lo posible por mantenerlo cerca de ellos. Un tipo, dos, tres o cuatro, rodeados por más de cuarenta cámaras, más de cuarenta mil personas, más de doscientos ‘efectivos’ de seguridad, logran echar