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¿Qué...?

¿Qué queda del Sol si ignoramos su luz? ¿Qué queda de la luz si ignoramos nuestros ojos?
¿Qué queda de nosotros si nos quitamos el pensamiento? ¿Qué queda del pensamiento si nos quitamos a nosotros?
¿Qué queda de un beso si lo desnutrimos de amor? ¿Qué queda del amor si lo desnutrimos de acción?
¿Qué queda del viento si no juega con las hojas? ¿Qué queda de las hojas si no juegan con el Sol?
¿Qué son los sueños si no los interrumpe la realidad? ¿Qué es la realidad si no la interrumpen los locos?
¿A quién servirá el tiempo si se olvida el calendario? ¿A quién servirá el calendario si se olvida el espacio?
¿Qué será lo verde si mueren las plantas? ¿Qué serán las plantas si muere lo gris?
¿Qué será del peligro si se cansa el miedo? ¿Qué será del miedo si se cansa la sangre?
¿Dónde irá la libertad si se rompen las cadenas, si cada vez que se va, deja la jaula abierta, para, al caer la noche, tener dónde dormir?

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Breve comentario acerca de "Les Amours Imaginaires"

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Refracción no ficcional desde una frase de Elvira Sastre

Procedo a explicar por qué la frase “No vuela quien tiene alas, sino quien tiene un cielo”, de Elvira Sastre, se me presenta como genial (o sea muy linda): Volar es un verbo que connota, más que proezas, sueños, riesgos, la pequeña y dulce valentía de saltar (que sí, siempre es pequeña: ¿cuánto podemos saltar los humanos no entrenados para los juegos olímpicos? ¿un metro de alto?  ¿dos metros o dos metros y medio de largo?), gesto humilde que deviene admirable y astronómico dependiendo el acantilado o la catarata o el planeta del que se salta. En fin, podemos decir que volar es vivir la vida que se sueña, al inalcance de los tontos, que tienen mucha pero mucha masa y entonces la gravedad recae fuertemente sobre ellos, y suelen ser los que tienen gomeras y nuestros propios miedos. Las alas , por su parte, son la posibilidad de volar. Son algo mucho más pragmático, casi un mérito corporal, que vale solo en la medida en que funcionan y sirven para volar. ¿Cuánto se admiran las alas

El momento de decir 'adiós'

  Cuando llega el momento de decir ‘adiós’, los años que encendieron la Luna y el Sol se licuan en lo profundo y salen a flote en los ojos, donde danzan para celebrar y devolver la belleza que han recibido.   Cuando llega el momento de decir ‘adiós’, el verano se hace invierno y el invierno se hace verano, porque la Tierra sigue girando incluso cuando todo está en silencio y quietud.   Cuando llega el momento de decir ‘adiós’, nos convertimos en un piano callado en medio de la sala que el público ya ha abandonado, mientras el último reflector recalentado dibuja las pelusas del aire y la sombra debajo de nosotros. Las teclas no se mueven, pero las cuerdas aún vibran en el interior, murmurando algo indecible. Se apaga la luz hasta la próxima función.   Cuando llega el momento de decir ‘adiós’, cabe en nuestros pulmones todo el viento que sopló, y no hay suspiro que deshinche los recuerdos o la nostalgia.   Cuando llega el momento de decir ‘adiós’, un abrazo es las palabras más a