Él observaba; todos los demás
bailaban y hacían ruido a unos pocos metros. Ella se mantenía junto a él, y de
vez en cuando apoyaba en sus labios el borde de su vaso, ya casi vacío.
Saboreaba los últimos sorbos.
―¿De qué están escapando?
―preguntó repentinamente él, casi con asco en su rostro, mientras sus pupilas
atravesaban la pista de baile. Su codo se mantenía muy cercano al de ella, que
lo miró de reojo antes de responder, preguntando:
―¿Por qué tienen que estar
escapando de algo?
―Para eso es la fiesta, para
eso es el alcohol, para eso es el ruido. Quieren ignorar algo, están escapando
de algo.
Ella sonrió, le causaba gracia
el empeño que ponía en despreciar la fiesta. ¿Por qué la odiaba? Quizá nunca
había podido divertirse de esa manera tan simple, quizá nunca había podido
escapar de lo que suponía que los demás estaban escapando.
―Quizá tengas razón. Están
escapando del aburrimiento, y la tristeza. ¿Eso es malo?
Por un momento, el silencio
que se produjo en los labios de ambos le hizo pensar que quizás lo había
convencido de que la fiesta no tenía nada de malo, o denigrante, o lamentable,
pero él tenía una respuesta además de una breve mudez.
―Igual están escapando.
Escapar no soluciona nada, ni el aburrimiento ni la tristeza.
―Hay tristezas que no tienen
solución.
―Entonces debes aceptarla, no
escapar de ella. Aceptar que no hay una solución puede ser una especie de
anestesia.
―Escapar puede ser una
especie de anestesia.
―Escapar es escapar. Dejar
para después algo que inevitablemente llegará.
―¿Por qué simplemente no
bailas? ―le preguntó dejando su vaso en la mesa, y mirándolo fijamente.
―Me molesta que las personas
se diviertan de maneras que yo no encuentro divertidas, estando tan cerca de
mí. Será egoísta, será estúpido, pero es así.
Diciembre 2014
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