Cuando llega el momento de decir ‘adiós’, los años que
encendieron la Luna y el Sol se licuan en lo profundo y salen a flote en los
ojos, donde danzan para celebrar y devolver la belleza que han recibido.
Cuando llega el momento de decir ‘adiós’, el verano se hace
invierno y el invierno se hace verano, porque la Tierra sigue girando incluso
cuando todo está en silencio y quietud.
Cuando llega el momento de decir ‘adiós’, nos convertimos en
un piano callado en medio de la sala que el público ya ha abandonado, mientras
el último reflector recalentado dibuja las pelusas del aire y la sombra debajo
de nosotros. Las teclas no se mueven, pero las cuerdas aún vibran en el
interior, murmurando algo indecible. Se apaga la luz hasta la próxima función.
Cuando llega el momento de decir ‘adiós’, cabe en nuestros
pulmones todo el viento que sopló, y no hay suspiro que deshinche los recuerdos
o la nostalgia.
Cuando llega el momento de decir ‘adiós’, un abrazo es las
palabras más apropiadas y una sonrisa es el mejor regalo, porque lo que el aire
y los años unen, el aire y los años separan, y sólo la memoria puede construir
su reconciliación.
Cuando llega el momento de decir ‘adiós’, los “hola” parecen
pocos y los paseos parecen cortos.
Cuando llega el momento de decir ‘adiós’, flotamos en lo
hecho y lo no hecho, recordamos lo que fue antes de ese instante e imaginamos
lo que podría haber sido luego de él. Naufragamos noches enteras entre bocados
sin hambre, horas sin sueño y gotas sin dulzura, hasta que encontramos una
bienvenida.
Cuando llega el momento de decir ‘adiós’, nos damos cuenta
de que nada sirven las historias que nos caen encima de cientos y de miles de
despedidas que sucedieron antes que la nuestra, porque cada una es diferente,
cada una es única, cada una duele, y cada una nos roba y nos entrega algo.
Cuando llega el momento de decir ‘adiós’, los árboles
parecen no tener alma, la brisa parece soplar sin sentido, las calles parecen
abandonadas, las nubes parecen sólo un adorno húmedo, y la quietud huele a
soledad; es como si toda la vida que se esconde dentro de cada parte del mundo
se hubiese desvanecido de repente.
Cuando llega el momento de decir ‘adiós’, no hay curas ni
remedios, no hay males ni enfermedades, sólo agua que viene y agua que se va.
Cuando llega el momento de decir ‘adiós’, el tiempo no sólo
parece pasado, sino también perdido. ¿Por qué no jugamos esa tarde, si hacía un
día tan cálido? ¿Por qué no miramos el cielo esa noche, si las estrellas
brillaban hermosas? ¿Por qué no bailamos esa canción, si los prejuicios de la
gente que habla nunca pudieron herirnos? ¿Por qué no nos tomamos de la mano esa
siesta, si era lo que ambos queríamos? ¿Por qué no nos dijimos esas palabras,
si eran lo que queríamos escuchar? ¿Por qué no te enseñé a hacer aviones de
papel, si me lo habías pedido? ¿Por qué nunca fuimos a lanzar piedras al río,
si hubiese sido un bonito recuerdo? ¿Por qué no me tomé cinco minutos más para
conseguir esas flores, si te lo había prometido? ¿Por qué nunca hicimos ese
viaje, si tantas veces nos lo habíamos imaginado? ¿Por qué nos despedimos, si
pareciera que no hay nada mejor que estar juntos?
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