Ayer estaba viendo una película ("I Am The Number Four"), cuando de repente se cortó el servicio eléctrico, como suele suceder de vez en cuando. Así que aproveché el intervalo, y motivado por uno de los personajes de la película al que le gustaba mucho la fotografía (Sarah Hart), decidí experimentar un poco, así que hice la boludés de poner una lámina plástica frente a la lente de mi cámara, y caminé algunas calles tomando fotografías así. Después las retoqué un poco digitalmente. Me gustó el efecto nostálgico, distante y simple que generó en algunas.
Procedo a explicar por qué la frase “No vuela quien tiene alas, sino quien tiene un cielo”, de Elvira Sastre, se me presenta como genial (o sea muy linda): Volar es un verbo que connota, más que proezas, sueños, riesgos, la pequeña y dulce valentía de saltar (que sí, siempre es pequeña: ¿cuánto podemos saltar los humanos no entrenados para los juegos olímpicos? ¿un metro de alto? ¿dos metros o dos metros y medio de largo?), gesto humilde que deviene admirable y astronómico dependiendo el acantilado o la catarata o el planeta del que se salta. En fin, podemos decir que volar es vivir la vida que se sueña, al inalcance de los tontos, que tienen mucha pero mucha masa y entonces la gravedad recae fuertemente sobre ellos, y suelen ser los que tienen gomeras y nuestros propios miedos. Las alas , por su parte, son la posibilidad de volar. Son algo mucho más pragmático, casi un mérito corporal, que vale solo en la medida en que funcionan y sirven para volar. ¿Cuánto se admiran las ...
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