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Cúmulos de Febrero

  Eran las montañas de vapor más hermosas y salvajes que nunca vio en su vida. Era como si alguien hubiera diluido al mismo verano y lo hubiese propulsado al cielo. La luz parecía ser emanada directamente desde sus núcleos de condensación, y no caer desde el Sol y rebotar. Él debía hacer un esfuerzo para mantener sus pupilas dilatadas mientras las contemplaba, y arrugaba la piel alrededor de sus ojos para lograrlo. Se movían lentamente entre estelas difuminadas de ellas mismas, que las atravesaban discretamente con su turquesa central y su resplandor translúcido en los bordes. Detrás de ellas, el celeste limpio, el celeste puro de la atmósfera que se libra de sus imperfecciones dejándolas caer junto a la lluvia, como un gato que se lame a sí mismo. Él las miraba maravillado, y no se sentía diminuto a cientos de kilómetros de ellas, al contrario, casi no se sentía, y si lo hacía, era afortunado, por poseerlas en aquel horizonte inalcanzable. ¿Cuánta belleza, cuánta luz había en ellas y en sus ranuras sombreadas que no lograban el brillo intenso de sus cimas gaseosas? Era la apariencia física de la magia estival, y él la admiraba y amaba desde el transporte público, sin que los descuidados cristales fueran suficientes para estorbarlo.

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  " Les Amours Imaginaires " es una película dirigida y protagonizada por el canadiense Xavier Dolan, estrenada en 2010. No la colocaría en mi lista de películas favoritas, pero me gustó. Se trata de una película bastante abstracta, y con esto me refiero a que sus protagonistas (Marie, Francis y Nicolas) son completamente desconocidos: no se sabe de qué viven, de qué vivieron, cuáles son sus aspiraciones... Todo lo que se ve en la película es el triángulo que se forma cuando Marie y Francis, amigos, se enamoran de Nicolas. No hay otra cosa en la película, es completamente sentimental, repleta de miradas celosas, gestos juguetones, sonrisas encantadoras. Sin embargo, visualmente utiliza algunas metáforas que si bien son simples, son muy efectivas a la hora de explicar los sentimientos (y la cámara lenta ayuda mucho en eso): por ejemplo, la soledad que se expresa cuando Francis baja solo por unas estrechas y oscuras escaleras, de espaldas a la cámara y desenfocado, luego d

Refracción no ficcional desde una frase de Elvira Sastre

Procedo a explicar por qué la frase “No vuela quien tiene alas, sino quien tiene un cielo”, de Elvira Sastre, se me presenta como genial (o sea muy linda): Volar es un verbo que connota, más que proezas, sueños, riesgos, la pequeña y dulce valentía de saltar (que sí, siempre es pequeña: ¿cuánto podemos saltar los humanos no entrenados para los juegos olímpicos? ¿un metro de alto?  ¿dos metros o dos metros y medio de largo?), gesto humilde que deviene admirable y astronómico dependiendo el acantilado o la catarata o el planeta del que se salta. En fin, podemos decir que volar es vivir la vida que se sueña, al inalcance de los tontos, que tienen mucha pero mucha masa y entonces la gravedad recae fuertemente sobre ellos, y suelen ser los que tienen gomeras y nuestros propios miedos. Las alas , por su parte, son la posibilidad de volar. Son algo mucho más pragmático, casi un mérito corporal, que vale solo en la medida en que funcionan y sirven para volar. ¿Cuánto se admiran las alas

El momento de decir 'adiós'

  Cuando llega el momento de decir ‘adiós’, los años que encendieron la Luna y el Sol se licuan en lo profundo y salen a flote en los ojos, donde danzan para celebrar y devolver la belleza que han recibido.   Cuando llega el momento de decir ‘adiós’, el verano se hace invierno y el invierno se hace verano, porque la Tierra sigue girando incluso cuando todo está en silencio y quietud.   Cuando llega el momento de decir ‘adiós’, nos convertimos en un piano callado en medio de la sala que el público ya ha abandonado, mientras el último reflector recalentado dibuja las pelusas del aire y la sombra debajo de nosotros. Las teclas no se mueven, pero las cuerdas aún vibran en el interior, murmurando algo indecible. Se apaga la luz hasta la próxima función.   Cuando llega el momento de decir ‘adiós’, cabe en nuestros pulmones todo el viento que sopló, y no hay suspiro que deshinche los recuerdos o la nostalgia.   Cuando llega el momento de decir ‘adiós’, un abrazo es las palabras más a