Eran las montañas de vapor más hermosas y salvajes que nunca vio en su vida. Era como si alguien hubiera diluido al mismo verano y lo hubiese propulsado al cielo. La luz parecía ser emanada directamente desde sus núcleos de condensación, y no caer desde el Sol y rebotar. Él debía hacer un esfuerzo para mantener sus pupilas dilatadas mientras las contemplaba, y arrugaba la piel alrededor de sus ojos para lograrlo.
Se movían lentamente entre estelas difuminadas de ellas mismas, que las atravesaban discretamente con su turquesa central y su resplandor translúcido en los bordes. Detrás de ellas, el celeste limpio, el celeste puro de la atmósfera que se libra de sus imperfecciones dejándolas caer junto a la lluvia, como un gato que se lame a sí mismo.
Él las miraba maravillado, y no se sentía diminuto a cientos de kilómetros de ellas, al contrario, casi no se sentía, y si lo hacía, era afortunado, por poseerlas en aquel horizonte inalcanzable.
¿Cuánta belleza, cuánta luz había en ellas y en sus ranuras sombreadas que no lograban el brillo intenso de sus cimas gaseosas? Era la apariencia física de la magia estival, y él la admiraba y amaba desde el transporte público, sin que los descuidados cristales fueran suficientes para estorbarlo.
Procedo a explicar por qué la frase “No vuela quien tiene alas, sino quien tiene un cielo”, de Elvira Sastre, se me presenta como genial (o sea muy linda): Volar es un verbo que connota, más que proezas, sueños, riesgos, la pequeña y dulce valentía de saltar (que sí, siempre es pequeña: ¿cuánto podemos saltar los humanos no entrenados para los juegos olímpicos? ¿un metro de alto? ¿dos metros o dos metros y medio de largo?), gesto humilde que deviene admirable y astronómico dependiendo el acantilado o la catarata o el planeta del que se salta. En fin, podemos decir que volar es vivir la vida que se sueña, al inalcance de los tontos, que tienen mucha pero mucha masa y entonces la gravedad recae fuertemente sobre ellos, y suelen ser los que tienen gomeras y nuestros propios miedos. Las alas , por su parte, son la posibilidad de volar. Son algo mucho más pragmático, casi un mérito corporal, que vale solo en la medida en que funcionan y sirven para volar. ¿Cuánto se admiran las ...
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