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Te Soñé

  Ayer te soñé. Estaba solo en medio de la ciudad, y tú eras una pequeña luz que flotaba a la altura de mis rodillas, o tal vez sólo un poco más arriba de mis tobillos. Te miraba agachando la cabeza. Pequeña, pero tu resplandor alcanzaba a derramar algo de claridad en mis piernas. Sonreí, y muy lentamente, con miedo a que algún movimiento brusco pudiera espantarte, me agaché y me arrodillé. Continuabas flotando, balanceándote casi imperceptiblemente de arriba a abajo, y de abajo a arriba. Con la misma lentitud que antes, levanté mis manos e intenté atraparte. Vi mis palmas cada vez más iluminadas; sus líneas arrugadas desaparecían con el brillo. Cuando debieron al fin tocarte, no lo hicieron. Te encerré como a una luciérnaga, como a una mariposa de vuelo brillante, y por un momento tu luz desapareció entre mis dedos. Al ponerme de pie, me di cuenta de que en realidad no te había atrapado. No podía hacerlo. Yo me levanté, mis manos se levantaron, pero tú atravesaste mi piel, mi carne, mis huesos, y continuaste flotando allí, cerca del suelo. La sonrisa desapareció de mi rostro. Me sentí triste, pero también asombrado. Por primera vez, sentí, durante un instante, que me miraste. Después comenzaste a ascender lentamente, y mis pupilas contigo. Cuando llegaste a la altura de mis ojos, jugaste un momento, bailaste unos segundos con mi mirada, me hiciste sonreír de nuevo, y luego continuaste tu ascenso. Mi mentón se trepó en el aire y mi cuello se estiró mientras veía atento y encantado cómo te unías al cielo.

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