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Máquinas de no-tiempo

  Antes veía a las cámaras fotográficas como pequeñas máquinas del tiempo, capaces de hacernos viajar al pasado de una manera tan eficaz como la de cualquier máquina de ciencia ficción (aunque ciertamente no de una forma tan dramática), más allá de que no podamos cambiar lo que sucedió (que nuestros recuerdos se alteren por falta de atención o interés, no es un verdadero cambio en los hechos… ¿o sí?). Sin embargo, hoy, observando una fotografía en la que mis hermanos y yo somos sólo unos niños que aún no han podido ni terminar la escuela, cambié de parecer, y me di cuenta de que en realidad se trata de máquinas de no-tiempo; todo lo contrario. El mundo encerrado en las fotografías es un mundo al cual se le ha eliminado el tiempo, y por lo tanto, no se puede acceder ni salir de él, no se puede cambiarlo, nada puede transformarse o moverse. Así es como sería también nuestro mundo sin esa cuarta dimensión temporal cuya existencia algunos nos negamos a aceptar; lleno de espacio, lleno de cosas, pero vacío de tiempo, incapaz de expresar la vida que quizá tenga, y por lo tanto también incapaz de morir, simplemente inerte.

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  " Les Amours Imaginaires " es una película dirigida y protagonizada por el canadiense Xavier Dolan, estrenada en 2010. No la colocaría en mi lista de películas favoritas, pero me gustó. Se trata de una película bastante abstracta, y con esto me refiero a que sus protagonistas (Marie, Francis y Nicolas) son completamente desconocidos: no se sabe de qué viven, de qué vivieron, cuáles son sus aspiraciones... Todo lo que se ve en la película es el triángulo que se forma cuando Marie y Francis, amigos, se enamoran de Nicolas. No hay otra cosa en la película, es completamente sentimental, repleta de miradas celosas, gestos juguetones, sonrisas encantadoras. Sin embargo, visualmente utiliza algunas metáforas que si bien son simples, son muy efectivas a la hora de explicar los sentimientos (y la cámara lenta ayuda mucho en eso): por ejemplo, la soledad que se expresa cuando Francis baja solo por unas estrechas y oscuras escaleras, de espaldas a la cámara y desenfocado, luego d

Refracción no ficcional desde una frase de Elvira Sastre

Procedo a explicar por qué la frase “No vuela quien tiene alas, sino quien tiene un cielo”, de Elvira Sastre, se me presenta como genial (o sea muy linda): Volar es un verbo que connota, más que proezas, sueños, riesgos, la pequeña y dulce valentía de saltar (que sí, siempre es pequeña: ¿cuánto podemos saltar los humanos no entrenados para los juegos olímpicos? ¿un metro de alto?  ¿dos metros o dos metros y medio de largo?), gesto humilde que deviene admirable y astronómico dependiendo el acantilado o la catarata o el planeta del que se salta. En fin, podemos decir que volar es vivir la vida que se sueña, al inalcance de los tontos, que tienen mucha pero mucha masa y entonces la gravedad recae fuertemente sobre ellos, y suelen ser los que tienen gomeras y nuestros propios miedos. Las alas , por su parte, son la posibilidad de volar. Son algo mucho más pragmático, casi un mérito corporal, que vale solo en la medida en que funcionan y sirven para volar. ¿Cuánto se admiran las alas

El momento de decir 'adiós'

  Cuando llega el momento de decir ‘adiós’, los años que encendieron la Luna y el Sol se licuan en lo profundo y salen a flote en los ojos, donde danzan para celebrar y devolver la belleza que han recibido.   Cuando llega el momento de decir ‘adiós’, el verano se hace invierno y el invierno se hace verano, porque la Tierra sigue girando incluso cuando todo está en silencio y quietud.   Cuando llega el momento de decir ‘adiós’, nos convertimos en un piano callado en medio de la sala que el público ya ha abandonado, mientras el último reflector recalentado dibuja las pelusas del aire y la sombra debajo de nosotros. Las teclas no se mueven, pero las cuerdas aún vibran en el interior, murmurando algo indecible. Se apaga la luz hasta la próxima función.   Cuando llega el momento de decir ‘adiós’, cabe en nuestros pulmones todo el viento que sopló, y no hay suspiro que deshinche los recuerdos o la nostalgia.   Cuando llega el momento de decir ‘adiós’, un abrazo es las palabras más a