En aquel bar, restaurante y confitería bastísimos, abundantes de lo más variado y caprichoso, servía desde veinte años a multitud de clientes renovándose, con una solicitud y presteza incasables, Tomás, una santidad de lo servicial y de cordialidad y simpatía a todo cliente y sus gustos y antojos, que le alegraban siempre y no le irritaban nunca por exigentes y laboriosos de satisfacer y combinar. El
gusto de cada uno, de infinita variedad, todos tan legítimos y con los que somos poco tolerantes a menudo, era su Pasión.
¡Podrá creerse que hubo quien a sabiendas marchitó por un momento, hirió y desmayó esta actitud humana tan hermosa, esta real y constante caridad, esta magnífica postura de ser genuinamente Hombre! Ser un humano cual Tomás es ser hoy un inmenso revolucionario, un invitante máximo a la verdadera recuperación humana, ya quizá desesperada en medio de tantos discursos, cataduras,
y aposturas de benevolencia y ciencia, cuando solo se practica servir bombas, mentiras y despojos, en guerra y paz igualmente.
Hacer, preparar niños que sean hombres como Tomás es el único camino de recuperación, si todavía es posible; el único recurso casi artificioso que, entre tantos planes ostentosos, insinceros, afiebrados,
más o menos ignorantes, puede conducir a esa obra sin la cual no habrá salvación, es forzar las cosas y situaciones a maneras y arreglos que a su vez fuercen a cordialidad en la convivencia.
El cliente que viene entrando con amigos al Bar es tipo de la desmoralización de la época, no un malvado, pero sí tocado de algún vicio de maldad. Es viejo cliente como sus amigos, clientela
afectuosa con Tomás. Pero quiérese creer que ha llegado para la psicología no muy sólida o clara de Agustín Llanos un momento de serle irritante la felicidad de cumplir pedidos en Tomás, y se ha
propuesto turbarlo, sin consultar a sus amigos, quienes han solido elogiar la constante amabilidad de Tomás.
-¿Y usted qué pide, don Agustín?
-Pues me traes una tajada bien tostada de hielo rodeada de garbanzos del puchero de ayer.
-Pero esto -balbuceó Tomás- no lo sabemos preparar aquí; yo voy a ver, a preguntar, pero no habrá quizá...
Tomás temblaba, palidecía; se apoyó en una silla; se sentó de golpe y cayó sin vida.
Sirviendo complacido a todos, gustoso de verlos llegar directamente a las mesas suyas, aunque cansado, asediado de atenciones al fin de la tarde, su sonrisa de bueno, su semblante dirigido a Agustín, recibió la muerte, de este.
¿Tiene perdón una torpeza tal, cuando nos asedian los simuladores del Servir en todas las profesiones y actividades, un porciento terrible de simuladores del hacer y del dar, del traer verdad, del intentar el bien?
¿No es policial el dolor y muerte de ese hombre tan bueno? Hay sucesos que por su intensidad sentida son policiales, mas les falta la exterioridad violenta.
Yo quisiera que su publicación en Crónica de Policía hiciera sentir más netamente lo que vale el dolor moral y lo que puede dañar y torturar la torpeza, el descuidar los sentimientos ajenos.
Como yo debo también consideración a los sentimientos de los otros, aliviaré los del lector declarándole que lo relatado no ocurrió. Pero afirmo que me dolería mucho menos que Tomás hubiera
muerto de un tiro o un accidente; lo que me subleva es esa muerte por desquiciamiento interior, vacío instantáneo de la Ilusión de Servir que daba calor a su vida entera.
gusto de cada uno, de infinita variedad, todos tan legítimos y con los que somos poco tolerantes a menudo, era su Pasión.
¡Podrá creerse que hubo quien a sabiendas marchitó por un momento, hirió y desmayó esta actitud humana tan hermosa, esta real y constante caridad, esta magnífica postura de ser genuinamente Hombre! Ser un humano cual Tomás es ser hoy un inmenso revolucionario, un invitante máximo a la verdadera recuperación humana, ya quizá desesperada en medio de tantos discursos, cataduras,
y aposturas de benevolencia y ciencia, cuando solo se practica servir bombas, mentiras y despojos, en guerra y paz igualmente.
Hacer, preparar niños que sean hombres como Tomás es el único camino de recuperación, si todavía es posible; el único recurso casi artificioso que, entre tantos planes ostentosos, insinceros, afiebrados,
más o menos ignorantes, puede conducir a esa obra sin la cual no habrá salvación, es forzar las cosas y situaciones a maneras y arreglos que a su vez fuercen a cordialidad en la convivencia.
El cliente que viene entrando con amigos al Bar es tipo de la desmoralización de la época, no un malvado, pero sí tocado de algún vicio de maldad. Es viejo cliente como sus amigos, clientela
afectuosa con Tomás. Pero quiérese creer que ha llegado para la psicología no muy sólida o clara de Agustín Llanos un momento de serle irritante la felicidad de cumplir pedidos en Tomás, y se ha
propuesto turbarlo, sin consultar a sus amigos, quienes han solido elogiar la constante amabilidad de Tomás.
-¿Y usted qué pide, don Agustín?
-Pues me traes una tajada bien tostada de hielo rodeada de garbanzos del puchero de ayer.
-Pero esto -balbuceó Tomás- no lo sabemos preparar aquí; yo voy a ver, a preguntar, pero no habrá quizá...
Tomás temblaba, palidecía; se apoyó en una silla; se sentó de golpe y cayó sin vida.
Sirviendo complacido a todos, gustoso de verlos llegar directamente a las mesas suyas, aunque cansado, asediado de atenciones al fin de la tarde, su sonrisa de bueno, su semblante dirigido a Agustín, recibió la muerte, de este.
¿Tiene perdón una torpeza tal, cuando nos asedian los simuladores del Servir en todas las profesiones y actividades, un porciento terrible de simuladores del hacer y del dar, del traer verdad, del intentar el bien?
¿No es policial el dolor y muerte de ese hombre tan bueno? Hay sucesos que por su intensidad sentida son policiales, mas les falta la exterioridad violenta.
Yo quisiera que su publicación en Crónica de Policía hiciera sentir más netamente lo que vale el dolor moral y lo que puede dañar y torturar la torpeza, el descuidar los sentimientos ajenos.
Como yo debo también consideración a los sentimientos de los otros, aliviaré los del lector declarándole que lo relatado no ocurrió. Pero afirmo que me dolería mucho menos que Tomás hubiera
muerto de un tiro o un accidente; lo que me subleva es esa muerte por desquiciamiento interior, vacío instantáneo de la Ilusión de Servir que daba calor a su vida entera.
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