Ayer te soñé. Estaba solo en medio de la ciudad, y tú eras una pequeña luz que flotaba a la altura de mis rodillas, o tal vez sólo un poco más arriba de mis tobillos. Te miraba agachando la cabeza. Pequeña, pero tu resplandor alcanzaba a derramar algo de claridad en mis piernas. Sonreí, y muy lentamente, con miedo a que algún movimiento brusco pudiera espantarte, me agaché y me arrodillé. Continuabas flotando, balanceándote casi imperceptiblemente de arriba a abajo, y de abajo a arriba. Con la misma lentitud que antes, levanté mis manos e intenté atraparte. Vi mis palmas cada vez más iluminadas; sus líneas arrugadas desaparecían con el brillo. Cuando debieron al fin tocarte, no lo hicieron. Te encerré como a una luciérnaga, como a una mariposa de vuelo brillante, y por un momento tu luz desapareció entre mis dedos. Al ponerme de pie, me di cuenta de que en realidad no te había atrapado. No podía hacerlo. Yo me levanté, mis manos se levantaron, pero tú atravesaste mi piel, mi carne, m
Desde el verano de 1996