Nadie puede enseñarte a llenar tu carne de abrazos que se deshacen como nubes azotadas por las corrientes estivales.
Nadie puede enseñarte a llenar tus días con silencios, pasajes a cientos de recuerdos y pensamientos que eligen hacia dónde soplar las velas de tu mente.
Nadie puede enseñarte a pronunciar la última palabra y a hacerla danzar bellamente con la última mirada que le entregarás antes de que la atmósfera y la tierra la engullan a la distancia.
Nadie puede enseñarte a necesitar sostener su mano para sentir qué alto te mantiene amarrado a un mundo en el que entre todos nos comemos.
Nadie puede enseñarte que no vale la pena ocultar todo lo que palpita bajo la piel, uno lo aprende solo, recién cuando el hedor empieza a fastidiar por las noches. Dejá que el Sol mime a eso que guardás, y verás cómo crece.
Nadie puede enseñarte a llenar tus días con silencios, pasajes a cientos de recuerdos y pensamientos que eligen hacia dónde soplar las velas de tu mente.
Nadie puede enseñarte a pronunciar la última palabra y a hacerla danzar bellamente con la última mirada que le entregarás antes de que la atmósfera y la tierra la engullan a la distancia.
Nadie puede enseñarte a necesitar sostener su mano para sentir qué alto te mantiene amarrado a un mundo en el que entre todos nos comemos.
Nadie puede enseñarte que no vale la pena ocultar todo lo que palpita bajo la piel, uno lo aprende solo, recién cuando el hedor empieza a fastidiar por las noches. Dejá que el Sol mime a eso que guardás, y verás cómo crece.
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