Él observaba; todos los demás bailaban y hacían ruido a unos pocos metros. Ella se mantenía junto a él, y de vez en cuando apoyaba en sus labios el borde de su vaso, ya casi vacío. Saboreaba los últimos sorbos. ―¿De qué están escapando? ―preguntó repentinamente él, casi con asco en su rostro, mientras sus pupilas atravesaban la pista de baile. Su codo se mantenía muy cercano al de ella, que lo miró de reojo antes de responder, preguntando: ―¿Por qué tienen que estar escapando de algo? ―Para eso es la fiesta, para eso es el alcohol, para eso es el ruido. Quieren ignorar algo, están escapando de algo. Ella sonrió, le causaba gracia el empeño que ponía en despreciar la fiesta. ¿Por qué la odiaba? Quizá nunca había podido divertirse de esa manera tan simple, quizá nunca había podido escapar de lo que suponía que los demás estaban escapando. ―Quizá tengas razón. Están escapando del aburrimiento, y la tristeza. ¿Eso es malo? Por un momento, el silencio que se produ
Desde el verano de 1996