La fotografía permite capturar un instante de la realidad, e inmortalizarlo. Una vez convertida en una fotografía, podemos observar ese momento, podemos regresar a él, una y otra vez, cuantas veces como queramos. Y no sólo podemos observarlo nosotros, sino que podemos llevarlo a cualquier sitio, para que cualquier otra persona (con sentido de la vista funcional) pueda verlo. No sólo vencemos al tiempo, sino también al espacio. Llevamos un pequeño recorte del pasado al futuro, un pequeño recorte de, por ejemplo, Argentina, a Australia. Sin embargo, la fotografía traiciona a su creador, el fotógrafo, quien termina sacrificando su propia vivencia de una realidad para compartirla con el resto del mundo, con los que no tienen la oportunidad de vivirla. Porque la fotografía no es realmente un fragmento de realidad, sino un retrato de ese fragmento, una ilusión química (y/o digital) podríamos decir; pero nuestros sistemas perceptivos son incapaces de distinguir entre ilusiones y realidad