Un solo plano, de tres minutos y treinta y siete segundos,
en cámara lenta. Empieza siendo un plano detalle de unos dedos sosteniendo un
choripán; termina siendo el reflector de una cancha de básquet en los suburbios
de una ciudad, bajo el cielo gris que amenaza de a luces ya la lluvia.
De los dedos que aparecen al principio, no se tarda en
llegar a un primer plano de su propietario, mediante un zoom que se aleja. Este
rápido reconocimiento, más una breve mirada a la cámara por parte del chico, y
la modulación en su boca de un pedacito de letra (¿en dónde estabas?), hacen sentir que el videoclip está filmado
desde su perspectiva: se nos pide que miremos el pequeño mundo retratado ahí
desde sus ojos, desde su incapacidad, desde su no-acción, desde su pavor a
tocar lo intocable (no vaya a ser cosa… ¿y si no?... ni ahí…).
El protagonista rellena con su comportamiento el arquetipo
del enamorado que sufre de pavor hacia su
amada, de pavor al éxito y al fracaso, y hasta al intento mismo. Permanece
sentado con su choripán, en la suya, pero pispiando continuamente hacia el
escalón de abajo en las tribunas, donde la chica de rojo y negro le da la
espalda y el hombro (posición que puede parecer desfavorable –seguramente él
preferiría estar al lado, bien cerca–, pero que en realidad favorece a su papel
de enamorado inoperante, siempre mirando pero desde los puntos ciegos, desde
donde no sepan, desde donde no se pueda hacer mucho más que mirar y lamentarse,
pero suspirar aliviado, porque nada puede salir mal: todo debe simplemente no
salir).
Esta actitud del chico es la que permite lo más atractivo
del video: la intocabilidad de Ella. Si la escena se relata desde la perspectiva
del enamorado nulamente diligente, eso ya la hace a Ella intocable; pero además
se agrega su propia actitud: constantemente inquieta, moviendo la cabeza hacia
un lado, hacia el otro, hacia atrás (alguien dele una capa de invisibilidad al
chico en ese momento, por favor), con las comisuras hacia abajo, rascándose el
cuello, aflojando la espalda, tapándose el rostro, frotándose las manos,
revoleando los ojos. Su gestualidad hace pensar que está preocupada en demasía,
o enojada, o frustrada, o estresada, o sea cual sea su estado del momento, se
le notan los deseos de no estar en ese instante en ese lugar y de esa manera.
¿No es más difícil acercarse a la gente cuando parece que cualquier leve
movimiento, cualquier palabra sin sentido, cualquier dedo cambiándose de lugar
podría hacerla explotar? Las sonrisas predisponen y las caracolas son sin duda
un caparazón.
Esa intocabilidad es la que genera también el momento más
triste del video: Ella se va en pleno partido. Al chico se le despiertan las
comisuras por Ella, y nosotros espectadores, que logramos empatía con él
gracias a la cámara (y a que alguna vez miramos así a alguien. ¿O no? ¿Nunca?
Pff, qué aburrido, qué poco protagonista de comedia romántica sos), esperamos
el momento en que se anime, le hable, le toque el hombro, le haga algún
comentario acerca de la introducción a una pelea que se arma en la cancha: pero
no. Nada. Cumple sin rechistar su papel de chico virgen y cagón de los
suburbios (que seguro vuelve a la casa y
se pajea, dirá la persona que me mostró el video). Pero eso no es lo más
triste, porque uno asume que en el arquetipo de su personaje, esa inacción es
estadísticamente lo más factible. Cuando Ella se va, la inacción por miedo se
vuelve imposibilidad de acción por cuestiones pragmáticas, por leyes de la
física incluso, si se quiere (¿cómo le toca uno el hombro a la persona cuyo
cuerpo no comparte espaciotiempo con el cuerpo propio? ¿cómo le dice algo una
boca que está en la cancha de básquet del barrio a la otra boca, que está en
pleno colectivo por Arturo Illia o José María Paz? Ah, no, pará, el video se
filmó en Montevideo. Bueno, ponele). Aparte del hecho de que irse antes de
terminado el partido implica la aceleración de la tragedia (la separación, el
no poder verte más, aunque sea de lejitos y a escondidas), que duele no por sí
misma, sino por su consecuencia: la disminución de la cantidad de tiempo
disfrutable (su estar ahí, cerca, intocable pero ahí, tocable, mirable, al fin
y al cabo). El chico piensa antes de ir al partido: ahí va a estar, cuatro tiempos de 10 minutos, con sus entretiempos,
sentada a un paso de mí, desperdigando ese algo en el aire, cerquita; pero
si se va antes de tiempo, esa expectativa de una hora se degrada a veinte
minutos, a treinta, y las expectativas que quedan con hambre siempre arman los
berrinches más vengativos en la cabeza (sabe muy bien el que las experimentó,
que un choripán no las va a saciar). Por eso una despedida anticipada y de
improviso es lo más triste del video, y quizá lo más triste de cientos de días
en la vida.
Pequeños detalles:
-Ya sabemos que el chico no está destinado al éxito desde
los primeros cinco segundos, cuando su choripán chorrea y en su cara se forma
la media mueca del que dice otra vez esto
a mí. (y yo sentado, jugando con la
pelota en la plaza; no pasa nada y no entra una)
-Respecto a la letra, creo que si nos ponemos quisquillosos,
es bastante difícil encestar si uno está sentado. Requiere todo un manejo muscular
que las personas acostumbradas a jugar de pie no tienen.
-La disminución de la minuciosidad en las estrategias
comportamentales (o sea el volverse tonto) del enamorado: cuando Ella voltea él
acurruca la espalda, asume que sus hombros pueden esconderle la cara, reacomoda
las rodillas, mira hacia abajo, complejiza un proceso que tiene completamente
naturalizado: el tragar. La imposibilidad de disimular dos hechos: que te
estaba mirando, y que no quiero que te enteres de que te estaba mirando. ¿No
habría sido más acertado, primero, seguirla mirando, y si el miedo era tanto,
mirar hacia la cancha en lugar de al suelo (se supone que para eso están ahí,
para ver el partido, lo que pasa en la cancha)?
-Cuando empiezan los empujones fuera de foco entre dos jugadores,
los personajes secundarios (llamémosles: el fumador, el del teléfono –quien
modula también la frase pensaba llamarte
mañana–, y la señora del termo que seguro fue a ver jugar a su querido hijo)
de las gradas modulan el uuh, uuh, uuh
que incluye la canción.
-Ante la posibilidad de una pelea, nuestro protagonista
sonríe. Vemos que es medio idiota. Pero enseguida vuelve la mirada a Ella,
mientras todos siguen atentos a los empujones, y entonces vemos que está hasta
las bolas.
-La intocabilidad de Ella: Sos como Jordan, flotando sobre las manos del resto, y en las alturas
estás tan sola. Y aunque no pertenezca al público aficionado al basquetbol
(y mucho menos al estadounidense), sí pertenezco a la porción de la población
que se interesa por el deporte y que se ha criado mirando, respetando y
admirando las hazañas de lo que hacen el entrenamiento y el esfuerzo en un
cuerpo humano. Por eso, la comparación con Michael Jordan (una de las más
grandes estrellas de la historia del basquetbol), y sobre todo esa breve
imagen, fugaz en demasía, pero intensa, expectante, fotografiable y memorable,
de sus manos flotando sobre las manos del
resto, me parece, si no conmovedor, ciertamente doliente. (Entre la
muchedumbre de manos, ¿cuál mira uno, si no son las que están más arriba que
todas? Cuando un jugador se eleva y va hacia el aro, ¿quiénes se quedan mirando
a los del suelo, que no son más que otro grupo de observadores? ¿No se va acaso
la mirada hacia lo admirable, hacia lo diferente, hacia lo que no sé, hacia lo
fascinante, como si hubiese una pulsión natural, facilitadora, hacia ello? Y si
las manos de Jordan son inalcanzables para el resto de las manos de la cancha,
¿qué queda para mí, que tengo las manos en la tribuna, y encima, entorpecidas
por un choripán que chorrea?)
Diciembre 2017
Créditos del
video:
Dirección:
Matías Ganz
Producción:
Juan José López
Fotografía:
Damian Vicente
Steadicam:
Nicolas Riani
Foco: Nacho
Elola
DigiLoader:
Germán Luongo
Asistentes
de Dirección: Rodrigo Lappado y Sofia Scheps
Color: Colour
Post
Producción: Juan Buscarons y Javier
Cruzado
Sonido:
Sofia Scheps
Elenco:
Federico
García Calor
Jazmín
Domínguez
Jugadores:
Federico
Medina, Ernesto Tabárez, Hernando Cáseres, Manuel Romero, Agustín Fernández, Juan Saura.
Tribuna:
Santiago Peralta,
Martín Perez, Ana Fornaro, Vladimir Torres, Gonzalo Cachón, Juan Pablo
Figueroa, Waldir Tabárez, Alicia Nuñez, Magdalena Dajas, Ernesto Coutinho.
Chorizos:
Andrés
Coutinho
Marto Moreno
Agradecimientos:
Laura
Navarro, Mauricio Musitelli, Gisella Previtalli, Alvaro Garroni, Lula Montero,
los vecinos de la plaza de deportes No 1, el comercial de chorizos centenario,
todos en la oficina de locaciones montevideanas, Waldir Tabárez, Marisa y
Graciela Cabrera, Elvira y Martino, Diego Civera.
Realizado
con el apoyo de:
Sin Sol,
Musitelli, Colour-Studio, Aparato, Locaciones Montevideanas
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