Se conocieron en el verde del pasto, en medio de recuerdos que la noche inventó. Sus ojos dudosos jamás se llenaron de tantas certezas, y se acercaron a paso rápido para envolverse en los brazos del otro. La piel jamás había sido tan útil como a la hora de convivir con aquella calidez. Sus pies se levantaron y dieron vueltas en el aire, sin despegarse jamás de sus brazos, de su cintura, de su pecho. La risa de ambos hacía vibrar la atmósfera y la llenaba de belleza simple que cuesta comprender. En la cercanía de sus ojos todo parecía difuminarse. Su sonrisa a centímetros resplandecía como envuelta en calor o como atrapada por sueños prontos a desaparecer. Qué maravillosos sus cabellos, qué maravillosos sus dedos jugando en el castaño a perderse y a encontrarse, y qué sublime el andar de los haces solares por su piel, saltando delicadamente desde sus bellos casi siempre imperceptibles. Qué misteriosas las líneas de su rostro, capaces de atraer memorias jamás vividas, y de resistir
Desde el verano de 1996