Hace unos días llegué de un viaje y me encontré con que el Tao Te Ching que había encargado estaba esperándome entre los estantes de la librería. Hacía casi un año que quería leerlo, cuando me conquistó el concepto del Dō (道) , el eterno camino del aprendiz de un arte. De un arte, y de la vida, o de lo que sea. Ya sean las culturas híbridas de Canclini, la reflexión de Travolta (de que todo lo que conocemos está en camino a otra parte) en Phenomenon, o la capacidad de Ricardo Arjona para recibirse de aprendiz en todo, me ha conquistado la noción de que no existe lo estático, de que no existen los finales ni las metas, de que no existe lo puro e individual, sino que todo es una gran masa que es ella misma desde y para siempre, cada día ella misma, igual, pero en constante transformación, en inevitable transformación. Creo que esa es la idea del Tao, o al menos esa es la manera en que la interpreto, y como nuestros sistemas sensoriales e intelectuales son ambos igualmente caprichosos,
Desde el verano de 1996